[Desde el cafetal] “Dejar de percibir un ingreso fijo por este proyecto fue una decisión difícil”. Carlos Arrieta. Café Arbar

 

El susto de don Carlos Uriel Arrieta era normal. De familia cafetalera por generaciones había dejado el cultivo del café y optado por tomar un trabajo como técnico en electricidad en Guanacaste; lejos de su casa en Lourdes de Naranjo. 

Como él, serían muchos los pequeños caficultores a los que los precios del café les adelgazaron tanto su medio de vida que fue necesario recurrir a otras formas de ganar el sustento. Y eso que el tesón de los productores es muy fuerte.

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Don Carlos me cuenta esto mientras nos adentramos entre cafetos mucho más grandes que nosotros; son de la variedad geisha y están protegidos por árboles de mayor altura. Es como un refrescante halo cafetero propio de estas montañas. Estamos a unos 1600 metros sobre el nivel del mar.

Pasaron los años y aunque el salario de don Carlos no era mucho, daba para sostener su casa y proveer a su esposa y sus hijos que estaban estudiando. Pero el café corre en la sangre de esta familia.

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Doña María Barboza, la esposa de don Carlos, es de hablar calmado, meditando cada palabra para decir siempre algo con sabiduría. Ella con sus hijos vieron las tendencias del cultivo cafetero: algunos productores pequeños se estaban animando a construir su microbeneficio para procesar ellos mismos su café. Eso sí, era una apuesta incierta, una apuesta que requería poner aún mayor cuidado en la calidad de su café.

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Fue así como nació el microbeneficio hace unos 4 años, que decidieron llamar Arbar (una combinación de sus dos apellidos). Doña María con el apoyo de sus hijos, comenzó los primeros pasos, encargándose ellos del cultivo y cosecha, y ella del tema beneficio y secado. Le contaban a don Carlos, quien desde la lejos sabía que pronto tenía que volver al café.

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“Me dio susto dejar de percibir un salario cada mes”, me explica don Carlos. Totalmente comprensible. ¿Quién no ha sentido miedo al dejar la comodidad de lo conocido para emprender algo nuevo? Escuchando su relato pienso en lo difícil que lo han tenido siempre los pequeños productores: las inclemencias del tiempo, las enfermedades del cafeto, y claro, algo que no pueden controlar, el precio internacional del café.

Pero este no es un asunto solamente de dinero, el café es una pasión, sobre todo para quien lo ve crecer desde que es solamente un almácigo, esperando siempre lo mejor.

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Don Carlos regresó a Naranjo y así el microbeneficio terminó de tomar forma. Caminando por una parte de las 3 hectáreas de cafetales, don Carlos y Doña María me muestran cómo han optado por el manejo sostenible de la finca: prefieren dejar crecer la maleza y podarla de cuando en cuando a usar herbicidas, procuran atomizar para prevenir la roya, mantienen árboles y arbustos para la sombra y evitar la erosión. Doña María me señala ciertas flores y frutos que atraen a los pájaros y sobre todo a las abejas, protagonistas en la floración y polinización del café.

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Una y otra vez me encuentro con que los caficultores que apuestan por la calidad siempre van a la par de las buenas prácticas de cultivo. Y esto es un reflejo también del carácter que el café de Costa Rica está tomando: apostar por la calidad sobre la cantidad (ya que somos un país pequeño en producción si nos comparamos con los gigantes como Brasil o Colombia). Poco a poco también el café tico está identificándose como cultivo producido bajo prácticas que respetan el ambiente. Claro, nos falta mucho camino aún.

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El riesgo que tomó la familia de Arbar ha venido dando frutos. Porque sus cerezas de café despulpadas por ellos mismos, secadas en camas africanas con el 50% de su miel han atraído el interés de un comprador de Inglaterra: Hasbean Coffee (la misma casa del nuevo campeón mundial de barismo, Dale Harris).

“Nos parece que es característico de la altura a la que estamos que el café desarrolla más miel comparando en zonas más bajas”, comenta don Carlos. Ellos han combinado su experiencia con los consejos de expertos en café de especialidad y además de cuidar los cafetos más antiguos de sus cafetales: caturra, catuaí y villasarchí, están sembrando nuevos tejidos: como los geisha sembrados con sombra, el Kenia SL28, o los sarchimor  y el híbrido F1 Centroamericano, que son más resistentes a las enfermedades como la roya.

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De todos, han ido aprendiendo cuáles son las mejores prácticas de cultivo para los nuevos cafetos. “Hemos comprobado que por ejemplo los geisha no se desarrollan bien en esta zona sin la protección de sombra”.

El sueño de don Carlos, doña María y sus hijos es ir creciendo. Se notan sus esperanzas por un buen futuro viéndolos sumergirse en los cafetales; saben los detalles de cada tramo de sus cafetales; de las cuales procesan 100 fanegas por cosecha en su pequeño beneficio detrás de su casa.

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“Esto de los microbeneficios ha estimulado la caficultura de la zona”, opina doña María. Totalmente de acuerdo con ella. La propuesta del micro beneficio es que los productores puedan lograr tratos más directos con los compradores, y aunque su producción no es cuantiosa, sí pueden lograr un precio más justo para su arduo trabajo.

El café de Arbar tiene notas a chocolate y un toque cítrico semejante a la naranja. Lo saboreo acordándome de esa mañana en que nos abrieron las puertas de su finca, de su casa y de su historia de lucha creyendo firmemente en que la calidad es la mejor carta con la que cuentan.

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