Eche un vistazo al lado menos conocido de Tarrazú: hay grandes promesas “Queremos que el café se convierta en un medio de desarrollo en esta región, como lo fue antes”, dice Eduardo Navarro. Estamos a la orilla del patio de secado en Río Conejo, Corralillo de San José; un deleite a los ojos: fanegas de café en miel y café natural se están secando extendidas al sol. Delante de nosotros están las montañas y los pueblos incrustados en ellos; la Iglesia de Loma Larga se mira radiante bajo el cielo azul. A nuestras espaldas, el beneficio de la familia Navarro Ceciliano. La región que menciona Eduardo, economista e hijo de caficultores incluye Frailes, San Cristobal sur, parte de Desamparados, hasta llegar al pueblo de sus papás; Río Conejo y seguir por otras poblaciones incluso de la provincia de Cartago. De hecho, llegué aquí por Desamparados, sin pisar nunca ninguno de los cantones de Tarrazú, Santa María de Dota o San Pablo, aunque están cerca. Éstas y otras poblaciones pertenece a la región cafetalera de Tarrazú, pero de este lado el crecimiento de los microbeneficios no es igual de vistoso. El empleo sigue escaseando, las generaciones más jóvenes optan por dejar su tierra y buscar oportunidades en la ciudad capital. “Muchos venden sus fincas porque el reto que implica enfrentar las plagas como la roya es muy grande, porque el precio del café no da para mucho”, asegura Navarro. La primera inversión en café Pero no siempre fue así. En 1927 don Eduardo (el padre) había ahorrado lo suficiente de su trabajo como jornalero del café y decidió comprarse una finca. Se casó “mayor”, ya no pensaba que iba a tener descendencia, pero junto a Pascuala Ceciliano sacaron adelante a sus seis hijos; todo en Río Conejo, cultivando café y entregándolo en fruta. “No podemos calcular, además de nuestra familia, a todas las personas que lograron vivir del empleo en la finca de café que mi papá comenzó”, asegura Eduardo (hijo). Con tiempo, la finca pasó a manos de los hijos de don Eduardo, pero ellos mismos aseguran que su papá, hoy de 91 años de edad, no deja de estar pendiente de cada detalle. “Por ejemplo, él nos pide cuentas de cómo manejamos los recolectores y todo lo que respecta a la finca”, dice Juan Carlos, involucrado en el trabajo dentro del cafetal. La crisis de los precios del café fue patente para ellos, también la proliferación de la roya y otras plagas, la escasez de trabajo y la salida de los hijos de caficultores, pero también se enteraron de un nuevo camino: los microbeneficios, poder procesar su propio café. “Estábamos buscando algo que diera valor agregado a la producción y esta fue la clave”, recuerda Eduardo. “Pero no es una empresa fácil, porque requiere gran inversión solo para poder procesar el café y una vez procesado viene el reto de comercializarlo”. Un paso hacia el futuro Antes de plantearse su propio beneficio, la familia había comenzado a trabajar microlotes de su finca (que va desde los 1350 m a los 1800 m de altitud) pero eran otros beneficios que al final los procesaban. Incluso en el 2011 ganaron el 8º lugar en Taza de la Excelencia del 2011, bajo el sello de Beneficio Volcafé. “Decidimos que teníamos procesar nosotros mismos; era mejor que no hacerlo”, afirma Eduardo. Estamos sentados en un círculo dentro de un beneficio que huele a nuevo, pero que emana experiencia al mismo tiempo. Tres de los hermanos Navarro Ceciliano me cuentan cómo lo lograron: con mucha cautela, estudio de costos, con muchas trabas para conseguir financiamiento. Porque esta familia no quería hacerlo a medias, si entraba al beneficiado sería de la mejor manera posible. “¿Están locos? ¿De dónde sacarán la plata y toda el agua que eso necesita?”, esa fue la opinión del papá, me aseguran Eduardo, José Luis y Juan Carlos. Parte del proyecto era también convencer al fundador de que todo esto tenía sentido. Su madre Pascuala, por su parte, les dio todo el apoyo. Se decidieron por un beneficio que consumiera la menor cantidad de agua posible. De hecho, el sistema de Coffee Nace (así se llama el microbeneficio), usa una mínima cantidad de agua de recicla varias veces, para luego pasar a una pequeña planta de tratamiento. Eduardo, creyó y cree tanto en el proyecto que dejó su trabajo gubernamental para dedicarse por completo al café de su familia. “Encontrar el apoyo y financiamiento fue una tarea bien difícil”, asevera. Y es que, el café sigue siendo un negocio de alto riesgo. Tuvieron que tomar decisiones importantes: ¿dónde y cómo colocar la maquinaria? ¿cómo hacer el montaje del beneficiado en seco? ¿permisos, estudios, costos? A pesar de la angustia y dificultades, el trabajo en equipo de los 6 hermanos y hermanas dio fruto. El microbeneficio entró en operaciones hace 2 años. En su primer año procesaron 336 fanegas. “Logramos vender a compradores de Noruega, Francia, Canadá y Taiwán, por ejemplo”, recuerdan todos. La capacidad total del beneficio es de 2500 fanegas. Coffee Nace es un beneficio completo: además de su beneficio húmedo que casi no consume agua, tienen su patio de secado al sol, guardiolas para dar el punto de secado óptimo y en el área más cerrada está todo el beneficiado en seco: zarandas, pulidoras, densimétricas, todas calibradas para clasificar lo mejor del café y su zona de almacenaje. “Incluso lo pensamos para apoyar a otros productores de la región”, explican. Además construyeron una pequeña sala de catación, en donde catamos varios de sus cafés: semilavados, mieles y naturales, microlotes cuya trazabilidad cuidan a detalle. De todos, un “black honey” me cautivó con su aroma a especias, frutos rojos, y sus notas dulces. El mejor café de todos Pero me faltaba degustar lo mejor: un café con quienes apostaron por el café desde el inicio, don Eduardo y doña Pascuala. Con esos 91 años, don Eduardo es un hombre más que entero. Nos recibió en su casa con su sombrero negro y sus ojos chispeantes para contarnos de cómo decidió comprar aquella finca de café. “¿Qué significa el café para Ud. don Eduardo?”, le pregunto. “Bueno, ¿de qué podemos vivir nosotros? El café es lo único que al final nos queda, es nuestra forma de vida”, responde. Doña Pascuala entre tanto, es una mujer enérgica, se disponía a preparar café para todos (ya éramos como 10 personas en su comedor), para acompañar las tortillas que nos había hecho. Café chorreado, café de su finca, en el chorreador frente a la ventana de su cocina, desde donde se podía ver cómo iba cayendo la tarde. El mejor café nos esperaba. Don Eduardo se anima más cuando sus hijos le muestran por primera vez el saco de yute con el sello que acompañará a sus sacos de café procesados por su familia. “Café Navarro”, se lee. “Desde 1927 ” y con un retrato de don Eduardo sonriendo. Don Eduardo le devuelve la sonrisa. Las anécdotas familiares alegres y tristes se suman a la mesa y todos (incluso esta observadora), nos alegramos y también nos apesadumbramos. El café chorreado se multiplica y arrullamos las tazas entre las manos, mientras esta familia llena de esperanza y lealtad (como le gustaría ver a uno más), se abre y me deja ver un poquito entre esos estrechos lazos que la unen, la mantienen viva, como el café que ahora ellos mismos pueden procesar. ¿Desea ponerse en contacto con Café Navarro (Microbeneficio Coffee Nace)? Teléfono: 2548 0094 / 8379 3378 Email: enace14@hotmail.com *Gracias especiales a los amigos Gabriela Morales (Los antojos de mi abuelo) y a Luis Navarro (segunda generación de la familia de Coffee Nace), por llevarme a conocer esta historia de café. * Comparte esto:TwitterCorreo electrónicoLinkedInMe gusta esto:Me gusta Cargando... Relacionado