Río Conejo Estate y cómo destacar el café de un pequeño productor La historia es más o menos así: dicen que por estas fincas vivía una señora llamada Martina. Entre tanta cuesta y risco, esas colinas eran lo más “llanito” para pasar o tal vez para quedarse un rato a divertirse como lo saben hacer la gente de campo. Los lugareños entonces le comenzaron a llamar a la zona “La Martina”, así han adquirido el nombre muchas localidades en Costa Rica. Hace mucho que Martina no está y solo queda la historia. Pero esas hermosas colinas y las verdes montañas de Río Conejo están ahí, como esperando a ser exploradas por los que nos gusta respirar en la montaña un nuevo aire para continuar. Intentamos llegar a Río Conejo por el Tablón de El Guarco, Cartago, pasamos por Colpachí para rápidamente ser libres del bullicio de la ciudad. Pero nos perdimos. Pasamos frente de la entrada de nuestro destino y no lo vimos. Ibamos dependiendo de la tecnología de la geolocalización que en estos casos no siempre es útil. Pero con la paciencia de Martín e Ignacio, que nos guiaron por teléfono, nos encarrilamos de nuevo y llegamos a Río Conejo Estate, una de las fincas que está en ese paso antiguo de los vecinos conocido como La Martina. Así le pusieron a su café tostado, en honor a la historia que los precede. Martín, Ignacio, sus hermanas Mariana y Valeria, y su mamá Marta, nos esperaban en su casa, junto al cafetal. Un cafetal con más pinta de bosque, una buena señal de cómo cultivan y tratan su tierra la familia Ceciliano Solano. Estuve en Río Conejo al inicio de este 2018. La zona según el mapeo del ICAFE pertenece a la región Tarrazú, aunque es menos conocida que sus vecinos de los cantones de San Marcos de Tarrazú, León Cortés y Dota. Aun así, aquí el desarrollo de los microbeneficios y el café de especialidad está creciendo poco a poco. Compartimos un café, una tortilla de queso y otras delicias, además de una buena conversación. Como casi todas las familias cafetaleras de Costa Rica, los Ceciliano Solano son caficultores desde hace varias generaciones, a pesar de todas las dificultades que representa. El papá era el más dedicado a sus cafetales. Pero hace no mucho tiempo, don Rolando dejó este mundo, no sin antes desarrollar un legado para sus hijos. “Él se pasaba investigando cómo mejorar la producción. Estudió beneficiado y puso en práctica lo aprendido en el microbeneficio”, explica Ignacio. Su microbeneficio procesa 80 fanegas de la finca de 4 hectáreas y 200 fanegas de cafetales de sus tíos. Ignacio me dice que su padre estaba muy interesado en que toda la instalación fuera eficiente en el uso de agua y en el aprovechamiento de los desechos. Por eso, la maquinaria está dispuesta de manera de que use lo menos posible de agua, que esa agua se trate y luego se riegue en un campo de pasto (en vez de tirarla al río, como se hacía en muchos beneficios). La cáscara también es tratada y luego dispuesta para ser abono. Nada se desperdicia. “El 92% de los productores tienen una área sembrada de café menor de cinco hectáreas”. ICAFE. Caminamos por los cafetales. Aquí viene mi reto de siempre: tratar de no caerme en las laderas. Confieso que por más buenos zapatos que use y las muchas ganas que tengo de tomar fotos entre las bandolas, siempre batallo con el miedo a mi torpeza y rodar ladera abajo con mi cámara… Pero no pasó. Primero caminamos por el paso más ancho. Los cafetos están custodiados por la sombra de árboles altos, frutales o con flores atractivas para los pájaros y las abejas. Las hojas que caen son protección para el cafetal, según me dicen Martín e Ignacio, toda esa materia orgánica se descompone naturalmente heredando sus nutrientes y fibra al suelo. Luego, nos metimos por un callejón o “calle”, como le llaman los productores y cogedores. Que es el trecho entre fila y fila de cafetos, tratando de pisar bien, de que una bandola no nos azote la cara de improviso. Las hojas verdes oscuro, profundo y lozano. Los frutos casi rojos, todavía faltaba un poco para estar listos. Hablamos de las variedades: Caturra, Catuaí rojo o amarillo, F1, Obatá y Pacamara. Entre tantas plantas, ellos saben exactamente dónde está cada una. Desde siempre, esta familia comprendió que cuidar del medio ambiente es un seguro para el mañana. Lo heredaron de su papá. Así que, decidieron involucrarse con la iniciativa NAMA (prácticas para mitigar el cambio climático), y así han mejorado aún más sus prácticas agronómicas: ahora contabilizan cuánto de gases efecto invernadero se libera al utilizar fertilizantes, al poner en marcha el microbeneficio y trabajan para reducir esa emisión al mínimo. El cambio climático es una realidad para los caficultores. Martín e Ignacio me cuentan que han sentido diferencia no solo en la temperatura, sino en su lucha contra la roya, e incluso en la presencia de animales. “Antes podíamos ver entre los cafetales ranitas verdes y de colores”, ahora es muy difícil. Aun así, ellos saben que su pequeño aporte para el medio ambiente, tiene que hacer una diferencia global. Utilizar las prácticas de NAMA les da también diferenciación a su producto. Un aspecto importante para el precio del café en un mercado agresivo y cada vez más injusto con los que cultivan nuestra bebida favorita. Así que, Río Conejo Estate se dedica a diferenciarse por buenas prácticas y también por calidad en su café. Están trabajando microlotes, trazando su proceso desde que son cosechados hasta que terminan su camino en el beneficio, según me explica Martín. Las camas elevadas estaban ya preparadas para recibir la primera etapa de la cosecha. Allí la familia va a trabajar procesos mieles, naturales y lavados. Los cuales esperan que sean exportados a un buen precio. Otro reto para ellos. No solo diferenciarse y cuidar su calidad. Sino buscarle el mercado y presencia a su café. Recuerdo haberme encontrado la primera vez con Ignacio en Seattle. Estábamos en la Expo de Café de Especialidad que se hace cada año. Yo para reportarle a ustedes lo que sucedía, pero Ignacio iba junto con otros microbeneficios apoyados por NAMA, para buscar posibles compradores de su café. Logró cerrar ventas con uno de los tostadores locales esa semana. Ese trato prácticamente directo tostador- productor es una de las posibilidades que abre el café de especialidad. Ignacio dice que también se han puesto a ser muy activos en su perfil social de Instagram, porque han entendido que su imagen digital puede alcanzar a contactar futuras relaciones comerciales. Ellos mismos son los que manejan y publican en su perfil. ¿Será ese el trabajo de las nuevas generaciones cafetaleras? No solo consolidar ese respeto y amor por su tierra y su cultivo, sino tratando de llevar la producción del café a un siguiente nivel. De caficultores aún más capacitados, que saben cómo procesar su café en alta calidad y baja emisión de carbono, y que pueden tener contacto directo con sus potenciales compradores. Falta mucho para que esto sea una generalidad, claro está. Muchos de los jóvenes caficultores combinan su trabajo en café con otras ocupaciones. Porque el café sigue siendo una empresa llena de imprevistos y altibajos, porque para apostar por la sostenibilidad ambiental y por la calidad diferenciada hay que invertir, porque falta más educación al consumidor final. Martin es el más dedicado a la finca. Ignacio y sus hermanas tienen que combinar el trabajo de campo, el beneficiado y comercialización del café con trabajos en la ciudad. Pero yo los veo examinar sus plantas y hablar de cuándo comenzar la cosecha, de cómo crecen las nuevas variedades sembradas, y me inspira esperanza. Apoyarlos es otra de las claves del futuro del café. Contarles estas historias es una de mis formas de apoyar, espero usted también se sienta llamado ser parte de esa sostenibilidad. Esté donde esté, si usted toma café todas las mañanas, puede apoyar. Conozca más de Río Conejo Estate a través de su Instagram: @RioConejoEstate Comparte esto:TwitterCorreo electrónicoLinkedInMe gusta esto:Me gusta Cargando... Relacionado